martes, mayo 05, 2009

“… después que las últimas lluvias pasaron rumbo al sur, y que no quedó más que el viento que barrió con ellas, regresó a las multitudes de la ciudad la alegría del sol cierto y apareció mucha ropa blanca agitándose en los tendales tensados con maderos en las ventanas altas de los edificios de muchos colores.
También yo me sentí contento de existir. Salí de casa alentado por un gran proyecto que, al fin de cuentas, no era otro que el de llegar a horario a la oficina. Pero, en este día, la propia compulsión de la vida participaba de aquella otra buena compulsión que nace con que el sol aparezca en los momentos fijados por el almanaque, conforme a la latitud y la longitud de los hogares de la tierra. Me sentí feliz ante la imposibilidad de sentirme infeliz. Bajé a la calle distendido, lleno de certeza, porque, después de todo, la oficina conocida, la gente en ella conocida, eran certezas. No me sorprende que me sintiese libre, sin saber de qué. En los cestos ubicados al borde de la Rua da Prata las bananas en venta eran, bajo el sol, de un amarillo dilatado.
Me contento, finalmente, con muy poco: el que ya no llueva, el que haya un sol bueno en este sur feliz, bananas más amarillas porque tienen manchas negras, la gente que las vende porque habla, las veredas de la Rua da Prata, el Tajo al fondo, azul de un verde que tiende al oro, todo este rincón doméstico del sistema del Universo.
Llegará el día en que ya no veré nada de esto, en que me sobrevivirán las bananas al borde de la vereda y las voces incesantes de las vendedoras y los diarios del día que el chiquillo extendió lado a lado en la esquina de la otra vereda de la calle. Bien sé que las bananas serán otras, y que las vendedoras serán otras, y que los diarios que encontrará quien se incline a ojear sus titulares, tendrán una fecha que no es la de hoy. Pero todo esto, justamente porque no vive, dura si bien convertido en otro de su misma especie; yo, que en cambio vivo, paso aunque siga siendo el mismo.
Yo bien podría hacer de esta hora un momento solemne comprando bananas, pues me parece que, en las bananas, se proyectó todo el sol del día como un foco no eléctrico. Pero los rituales me dan vergüenza, me la dan los símbolos, comprar cosas en la calle. Podrían no envolverme bien las bananas, no vendérmelas como deben ser vendidas, por no saber yo comprarlas como deben ser compradas. Podría resultar extraña mi voz al preguntar por el precio. Más vale escribir que atreverse a vivir, aun cuando vivir no sea otra cosa que comprar bananas expuestas al sol, mientras el sol dura y hay bananas para vender.

Más tarde, quizá… si, más tarde… otro, quizá… no se…”

Fernando Pessoa